La edición genética aplicada a semillas se perfila como la herramienta clave para que México deje de ser el segundo importador mundial de granos después de China 

Por Amado Vázquez Martínez

La escena no podría ser más clara: México, cuna del maíz, se ha convertido en el primer importador de maíz y segundo importador de granos del mundo, sólo detrás de China, pero  la innovación científica aparece como alternativa para recuperar la autosuficiencia alimentaria con semillas editadas genéticamente para que produzcan más, para que resistan plagas y sequías.

En entrevista con Tierra Fértil, el Dr. Edgar Demesa Arévalo, del CINVESTAV, Ingeniero Biotecnólogo por la UPIBI-IPN y Doctor en ciencias con la especialidad en Biotecnología de Plantas por el Cinvestav, subraya que la edición genética CRISPR es hoy una de las herramientas más prometedoras para recuperar la autosuficiencia alimentaria, pese a que casi todos los granos que importa México son transgénicos o editados genéticamente. 

«El usuario final de la tecnología deben ser los productores y, sobre todo, los pequeños agricultores. Es ahí donde podemos tener mayor impacto en México», señala y confirma la cruda realidad: el país importa más del 60% de los granos que consume, incluido el maíz amarillo que se destina a la industria pecuaria.

El investigador de edición genética expone que la diferencia entre transgénicos y CRISPR ha generado confusión. «Cuando hablamos de edición genética, nos referimos a una técnica precisa, que permite cambiar una palabra en el código genético, como si corrigiéramos un texto. Eso la distingue de la transgénesis, que era más aleatoria y menos controlada», explica.

El especialista del CINVESTAV detalla que CRISPR es una maquinaria inspirada en la naturaleza: las bacterias la usan como defensa contra virus, y los científicos han adaptado ese mecanismo para corregir genes de manera dirigida. 

«La principal particularidad de esta tecnología es su precisión. Si ya sabemos qué gen queremos modificar, podemos hacerlo sin necesidad de introducir información de otro organismo», afirma.

La comparación con los transgénicos es inevitable. Demesa aclara que, a diferencia de las técnicas anteriores, la edición genética no requiere mantener un transgénico en la planta para que funcione. «En CRISPR, el transgénico puede ser una herramienta temporal. Una vez hecha la modificación, podemos eliminarlo y quedarnos únicamente con el cambio genético deseado».

AGRICULTURA ESTRATÉGICA

El académico advierte que la urgencia de aplicar estas tecnologías es evidente: «Hoy estamos dejando de ser autosuficientes incluso en maíz blanco, cuando antes era nuestro estandarte». Los datos lo confirman: Sinaloa, históricamente líder, ha reducido su superficie sembrada de este cereal, mientras Jalisco compite con su producción de temporal.

Para el Dr. Demesa, el reto es enorme, pero alcanzable: «Con la edición genética podemos aprovechar la diversidad del maíz nativo, mantener su sabor y características, pero llevar su rendimiento de media tonelada por hectárea hasta seis o más toneladas, como ya sucede con híbridos comerciales».

El investigador recuerda un ejemplo emblemático en el extranjero: el tomate de cáscara. «La domesticación que tomó miles de años se replicó en apenas tres generaciones usando CRISPR. Eso nos da la medida del potencial de la tecnología».

AVANCES GLOBALES 

En países como Estados Unidos, Brasil o Argentina, la edición genética ya dejó de ser un proyecto de laboratorio para convertirse en una realidad productiva. «Allá han re-domesticado cultivos como el tomate en apenas unas generaciones, algo que en condiciones naturales habría tomado miles de años», comenta el Dr. Demesa. 

Mientras tanto, en México, la investigación avanza en centros académicos, pero la falta de un marco legal ha frenado su adopción industrial al no contemplarse en la legislación actual y aunque no está prohibida específicamente tal técnica (CRISPR), tampoco está permitida. 

El investigador reconoce que esta brecha representa un riesgo estratégico: «Si no lo implementamos nosotros, otros lo harán y sería ingenuo pensar que alguien vendrá a ayudarnos a mejorar nuestras variedades nativas. Si no usamos CRISPR en México, perderemos la capacidad de conservar y fortalecer nuestros propios cultivos».

El debate social no ha sido sencillo: La oposición a los transgénicos se ha extendido también hacia CRISPR, a pesar de sus diferencias técnicas. «Con la transgénesis se introducían genes de otros organismos, como bacterias, y se mantenían en la planta».

«Eso generó temores sobre alergias o efectos secundarios, aunque nunca se comprobó científicamente. En cambio, con CRISPR no introducimos nada ajeno, sólo corregimos lo que ya existe en la misma especie», explica.

Esa distinción, subraya, es clave para ganar confianza en la sociedad: «Lo que hacemos con esta tecnología es cirugía genética: trasplantamos información dentro de la misma planta, con la misma precisión con la que un médico sustituye un órgano. No es un añadido externo, es una mejora interna», sostiene.

OPORTUNIDAD NACIONAL

El Dr. Demesa apunta que la riqueza genética de México es un tesoro desaprovechado, porque hay que recordar que el país posee 64 razas de maíz, 59 de ellas autóctonas, además de frijoles, calabazas y hortalizas originarias que podrían fortalecerse con edición genética. 

«Ya tenemos plantas adaptadas a las condiciones más extremas: sequía, suelos pobres, plagas. Lo que falta es darles un empujón tecnológico para que, en vez de rendir media tonelada, produzcan seis u ocho, como el maíz».

Ese impulso, dice, marcaría la diferencia entre importar millones de toneladas de granos o producirlos localmente: «Si logramos redomesticar nuestros propios maíces y elevar su rendimiento, estaríamos hablando de recuperar soberanía alimentaria en menos de una década».

El panorama, sin embargo, no es sencillo. La normativa mexicana aún confunde transgénicos con edición genética, lo que genera incertidumbre jurídica. «Hoy en México no está prohibido usar CRISPR, pero tampoco está claramente permitido. Esa zona gris es lo que frena a las empresas, que no arriesgan sus inversiones sin certeza legal», señala.

Según el investigador, esta indefinición impide que compañías medianas y grandes inviertan en programas de mejoramiento genético local, a pesar de que ya se cuenta con la capacidad científica y los recursos humanos formados en instituciones nacionales. «Es paradójico que México sea pionero en conocimiento, pero rezagado en aplicación».

EL FUTURO

En opinión del Dr. Demesa, el país tiene una ventaja que no ha explotado: el talento joven. «En nuestras aulas ya se están formando estudiantes que dominan estas técnicas y que podrían generar nuevas variedades de maíz, frijol o cebada en los próximos años», afirma. De hecho, señala, en talleres del CINVESTAV ya se trabaja en proyectos experimentales con semillas de edición genética.

El reto es que esos proyectos salten de la academia al campo. «Si seguimos dependiendo de importaciones, estaremos en riesgo de hambrunas ante cualquier contingencia mundial. CRISPR puede ser nuestra salida, pero necesitamos voluntad política y marcos legales actualizados».

México enfrenta una paradoja histórica: aunque es centro de origen del maíz y cuna de cultivos fundamentales para el mundo, hoy importa más de 24 millones de toneladas de granos básicos, principalmente maíz amarillo. 

«Estamos en un punto crítico: si una plaga o una sequía severa golpea a nuestros cultivos, dependeremos aún más del extranjero y eso, en términos de soberanía alimentaria, es un riesgo enorme», advierte el Dr. Demesa.

La edición genética, asegura, puede revertir esta tendencia. «Con CRISPR podemos incrementar rendimientos sin perder la identidad de nuestros maíces nativos. No hablamos de plantas extrañas ni de organismos raros, sino de mejorar lo que ya tenemos en casa».

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