Cuando veo que el gran desarrollo agrícola y pecuario que se da en nuestro país, salvo contadas excepciones en el noreste y centro, se realiza en regiones de tierras flacas y poca agua, donde sólo la tenacidad y el esfuerzo de las mujeres y los hombres que las trabajan las hacen producir, me imagino el gran desarrollo que se crearía en México si se explotara todo el enorme potencial que nuestro país tiene en la zona sur-sureste, donde existen los mayores depósitos de agua del país y grandes extensiones de tierra que están disponibles para la agricultura y ganadería sustentables y donde su gente sólo espera ser guiada y apoyada para producir más y mejor los alimentos destinados al cada vez más demandante mercado mundial de alimentos.
México actualmente está entre los grandes productores agropecuarios del mundo con la infraestructura que conocemos, en la que aún no figura la gran productividad que generaría una marcha hacia el sur, donde está almacenada el 64.9 % del agua de México, según datos del SIAP y CONAGUA.
Allá están los ríos más grandes y caudalosos como el Pánuco, el Grijalva, el Usumacinta, que es el más grande de México, el Coatzacoalcos, así como grandes lagunas, planicies, valles y serranías en los estados de Veracruz, Tabasco, Chiapas, Quintana Roo, Yucatán y Campeche.
La superficie agrícola que estas entidades representan es quizás menor al diez por ciento del total del suelo sembrado en México, que se había mantenido relativamente constante en los últimos 25 años en alrededor de 20 millones de hectáreas, aunque en los registros del año 2014 ascendió a 22.2 millones para la agricultura, sin contar con las grandes extensiones dedicadas a la ganadería, de acuerdo a datos del SIAP.
El estado de Veracruz es un caso especial ya que genera mayor producción, pero como muestra del rezago tenemos lo que ocurre en el estado de Tabasco, que tiene el gran tesoro que significa poseer el río más grande de México, el Usumacinta, que hace que una tercera parte del agua dulce de nuestro país se concentre en esta entidad, pero la gran paradoja es que el alrededor del 60 % del PIB de ese entrañable estado lo conforman los sectores de servicios y comercio, en tanto que lo agrícola, ganadero, silvícola y pesquero, sólo llegaba al 4.8 % en el 2003, aunque probablemente se continúe la tendencia, siendo desde aquel entonces los cultivos más socorridos el plátano, el cacao, arroz, maíz y la copra.
Otro ejemplo de lo anterior es el estado de Chiapas, que en su extensión territorial superior a los 73 mil kilómetros cuadrados corren también los grandes ríos como el Usumacinta y Grijalva, más otros 10 de menor magnitud, pero la entidad basa su economía en el turismo y produce café, miel, cacao, hortalizas, chile, plátano, mango, Jamaica, coco y azúcar.
Para darnos una idea del gran potencial desaprovechado, en los registros de CONAGUA los distritos de riego en el sur sureste son pocos: en Quintana Roo son apenas del orden del 0.2 %, en Chiapas son el 1.1 %, en Veracruz el 2.0 %, en Yucatán 0.3 %; en el anuario del 2015 de SAGARPA ni siquiera figura en este rubro el estado de Tabasco, mientras que Sinaloa tiene el 23 % de los distritos de riego existentes. El otro gran contraste es que pese a sus grandes riquezas, estados del sur como Tabasco, Campeche y Chiapas registran crecimientos económicos negativos, que oscilan entre el menos 10 y menos 6 por ciento.
Visto de esta manera queda claro que en el aspecto de producción agropecuaria hay mucho que hacer para aprovechar el gran potencial de nuestro sur-sureste, que, por lo visto, no ha sido debidamente considerado como el gran elemento de producción agropecuaria sustentable, claro, sin dejar de empujar fuerte en los estados que actualmente nos tienen en el liderazgo en agroproducción.
Conozco a varios grandes y pequeños productores visionarios que emigran al sureste o inician agronegocios por aquellas entidades sureñas, quienes opinan que lo que falta por allá es aumentar la inversión para ampliar y modernizar su infraestructura, hacer la reconversión de cultivos a otros de más valor por su demanda en los mercados, ingresar a la agricultura protegida pero altamente sustentable, hacer llegar los avances tecnológicos de la cuarta revolución industrial, porque hay lugares en donde no ha entrado ni siquiera la primera ni la segunda.
Como se ve el campo de México, nuestro campo, todavía tiene mucho que dar, falta aplicarle voluntad, inteligencia y constancia: mucho trabajo y cero política, que es la que ha mantenido en el rezago a esta zona de nuestro querido México.
Se debe aprovechar que la estrategia del ejecutivo se enfoca hacia esa importante zona, para que la SADER, junto con los productores, agroempresarios de México y universidades diseñen los programas productivos y de apoyos que fortalezcan las cadenas productivas locales a fin de conseguir lo que se está buscando: obtener de manera ordenada y sustentable los mejores desarrollos regionales para incrementar el ingreso económico de los estados sureños y atenuar la actual pobreza de quienes habitan esas tierras.