Las híbridas mejoradas cobran auge ante el cambio climatológico y nuevas enfermedades, como la del virus rugoso del tomate.

Por Amado Vázquez Martínez

En los campos de México, donde la tierra exige cada vez más y los recursos son cada vez menos, las semillas mejoradas han tomado el papel protagónico, pues «el objetivo es claro: producir más y mejor, con menos agua, menos tierra y menos insumos», afirma Mario Puente Raya, director ejecutivo de la Asociación Mexicana de Semillas (AMSAC).

Gracias al mejoramiento genético, hoy se siembra un tomate con mayor productividad, más calidad de fruto y resistencia a plagas, ya que, por ejemplo, el maíz híbrido permite obtener buenos rendimientos con menos riegos, pues «todo empieza en la genética: ahí se concentra el paquete tecnológico que el agricultor necesita para competir y sobrevivir».

En cada nueva semilla hay años de investigación para responder a los retos fitosanitarios, climáticos y comerciales, a la que se incorporan características como resistencia al virus rugoso del tomate, tolerancia a sequías o adaptación a zonas áridas. «La semilla se convierte en la herramienta clave de productividad y sanidad», dice Puente Raya.

Hace cinco años, el virus rugoso del tomate causó una emergencia nacional. «Se perdieron hectáreas enteras», recuerda, pero hoy, gracias al trabajo de la industria, ya existen variedades con resistencia genética que mantienen bajo control la plaga, «no se ha erradicado, pero dejó de ser un riesgo fatal».

AGUA Y EFICIENCIA

Hoy es imposible hablar de agricultura sin tocar el tema del agua y las semillas: «Antes, el tema hídrico ni aparecía en los programas de mejoramiento, pero hoy es prioridad», afirma, pues ya existen híbridos de maíz que requieren solo dos riegos, en lugar de los cuatro tradicionales.

En cultivos de exportación, como el tomate, el rendimiento ha crecido pese a que la superficie cultivada se ha reducido. «Producimos más con menos tierra y menos agua. Es el resultado de la genética, pero también de la agricultura protegida y la tecnología aplicada al cultivo», explica.

En el papel de la investigación es esencial, AMSAC colabora con instituciones como Chapingo, el Colegio de Postgraduados y el INIFAP para licenciar nuevas variedades: «Las universidades desarrollan la semilla, pero no tienen estructura para producirla ni llevarla al agricultor; esa es la función de la industria».

Además, AMSAC impulsa la formación de jóvenes con estancias técnicas y prácticas profesionales en empresas semilleras: «La capacitación del recurso humano es tan importante como la semilla misma» y añade que también se fomenta la vinculación con mercados y tecnologías globales para fortalecer la cadena productiva.

PIRATERÍA EN EL CAMPO

Un problema serio para el sector es la piratería de semillas: «Desde bolsas rellenadas con semilla común, hasta clones de híbridos reconocidos, cuyo  impacto es grave en el campo», advierte Puente Raya, quien estima que el 10 por ciento del mercado está afectado por esta práctica fraudulenta.

Esto representa pérdidas económicas, pero también pérdidas productivas: menor rendimiento, vulnerabilidad a plagas y afectaciones a la sanidad vegetal, pues algunas semillas «piratas» incluso han reintroducido patógenos que ya estaban controlados, por no cumplir requisitos fitosanitarios.

Afirma que la AMSAC trabaja con autoridades para sancionar estos delitos y promueve campañas de concientización: «Algunos productores son engañados, otros compran conscientemente por el bajo precio, sin saber que están comprometiendo toda su cosecha».

El problema incluso ha llegado al comercio digital: «Ya se detectan ventas ilegales por plataformas digitales y por eso trabajamos también con autoridades judiciales y tecnológicas para frenar este tipo de prácticas».

En cada nueva semilla hay años de investigación para responder a los retos fitosanitarios, climáticos y comerciales, a la que se incorporan características como resistencia al virus rugoso del tomate, tolerancia a sequías o adaptación a zonas áridas. «La semilla se convierte en la herramienta clave de productividad y sanidad»:
 Mario Puente Raya, director ejecutivo AMSAC 

SEMILLA Y SOBERANÍA

La industria semillera también tiene una función estratégica: garantizar seguridad alimentaria. En cultivos como maíz, más de dos millones de hectáreas se siembran con semilla mejorada y en hortalizas como tomate y chile, el uso de semillas híbridas supera el 90%.

«El pequeño productor no puede quedar fuera», afirma y por eso, varias empresas trabajan en el sur-sureste con paquetes integrales: semilla adaptada, asesoría técnica y vinculación comercial, aunado a que se sumaron al programa federal «Cosechando Soberanía», enfocado en aumentar la producción de maíz blanco en esa región.

En contraste, cultivos como frijol y arroz muestran rezago. «Ahí no ha habido inversión ni investigación porque son especies donde seguimos dependiendo del exterior y de semillas guardadas que han perdido vigor» y por ello, AMSAC propone alianzas público-privadas que detonen el desarrollo de nuevas variedades nacionales.

En trigo, el panorama es más favorable: «Ahí el 90% se siembra con semilla mejorada, gracias a proyectos del CIMMYT y de empresas nacionales; pero hay que replicar ese modelo en otras especies», dice, para agregar que la clave es tener un marco legal moderno y atractivo para la inversión.

UNA LEY CADUCA

Uno de los grandes pendientes es la actualización de la Ley Federal de Variedades Vegetales, vigente desde hace más de 30 años: «Esa Ley ya no responde a los retos ni a las tecnologías actuales porque la ciencia va por delante, pero la norma se quedó atrás», lamenta Mario Puente Raya.

Por ejemplo, en México aún no se pueden comercializar semillas desarrolladas con edición genética (como CRISPR), aunque sí se investiga en instituciones públicas: «Están en el limbo legal; no son transgénicos, pero no hay una regulación que los contemple, así que no pueden llegar al agricultor».

Esto deja a México en desventaja frente a países como Brasil, Colombia o Estados Unidos, donde ya siembran variedades editadas con ventajas significativas en sanidad, eficiencia y productividad, por lo que sentencia: «Si no modernizamos el marco legal, seremos dependientes de tecnologías extranjeras».

Además, la falta de una ley actualizada desincentiva la llegada de semillas de flores y plantas ornamentales de última generación: «Muchos desarrolladores europeos no traen sus variedades por temor a la piratería y es una oportunidad que estamos dejando ir», advierte.

IMPACTO Y OPORTUNIDAD

El valor estimado del mercado de semillas en México ronda los dos mil millones de dólares anuales y de esa cifra, al menos un 10% se ve afectado por la piratería «es dinero que se pierde, pero también productividad, competitividad y sanidad vegetal», puntualiza Puente Raya.

En cultivos como pepino y pimiento, el uso de semillas híbridas es generalizado, especialmente en agricultura protegida, pero en contraste, en el caso del frijol y el arroz, la adopción de semillas mejoradas es mínima: «Son especies abandonadas, sin inversión ni respaldo público y eso nos hace altamente dependientes del exterior».

En frijol, prácticamente no existen empresas trabajando con semillas mejoradas a gran escala porque la mayor parte del grano sembrado proviene de semillas guardadas, sin control de calidad ni renovación genética y  lo mismo ocurre con el arroz, donde más del 80% del consumo nacional es importado: «Ahí hay una gran área de oportunidad».

La propuesta es clara: impulsar alianzas público-privadas, establecer un marco legal que proteja la inversión y detonar proyectos estratégicos para el desarrollo genético nacional. «Podemos reducir la dependencia y aumentar la producción. Pero hace falta decisión».

En México aún no se puede comercializar semilla desarrollada con edición genética (como CRISPR), aunque sí se investiga en instituciones públicas: «Están en el limbo legal; no son transgénicos, pero no hay una regulación que los contemple, así que no pueden llegar al agricultor».

CIFRAS ESTRELLA

México ha consolidado su posición como líder mundial en la exportación de tomate gracias en gran parte a las semillas mejoradas, pues por ejemplo, de acuerdo con cifras oficiales y privadas, en 2024, se produjeron 3.30 millones de toneladas de jitomate, con un aumento del 2% respecto al año anterior, y se exportaron 2.06 MMT, generando ingresos por  tres mil 340 millones de dólares y  eso lo mantiene dentro de los cinco productos agrícolas más valiosos a nivel nacional.

El tomate fresco dirigido al mercado estadounidense representó en 2023 cerca de 1.82  millones de toneladas, por un valor de dos mil 700 millones de dólares y en los primeros meses del 2024, el tomate fue el segundo producto agrícola con mayores ingresos a exportaciones -630 mdd-, en apenas dos meses, solo después del tequila.

En hortalizas como el pepino, México produjo cerca de 993 mil toneladas entre 2013 y 2022, y las exportaciones crecieron un 23.6 % entre 2015 y 2020 (de 655 mil a 810 mil toneladas). Hoy es el mayor exportador del mundo, con altos rendimientos en sistemas bajo invernadero: prácticamente el 67 % de la producción pugna por mercados internacionales.

En el campo de las berries -fresas, zarzamora, frambuesa y arándano-, las exportaciones alcanzaron 541 mil toneladas en 2023, productos que continúan en la mira de mercados de alto valor como Emiratos Árabes, Corea del Sur, India y Arabia Saudita.

La agricultura protegida -invernaderos, macrotúneles, fertirrigación-, ha sido un catalizador decisivo, pues en esa modalidad, los rendimientos por hectárea se triplican en tomate y se duplican en pepino, comparados con la producción a cielo abierto, lo que impulsa la productividad, y también la eficiencia hídrica y la homogeneidad de calidad.

SEMILLA SOBERANA

La industria semillera es mucho más que insumos: es soberanía alimentaria, sanidad vegetal y productividad nacional, pues como afirma Puente Raya, «no puede haber agricultura moderna sin semillas mejoradas»  y en un país que quiere crecer hacia dentro y hacia fuera, ese primer eslabón no se puede descuidar.

En tiempos donde el clima es más agresivo, el agua más escasa y el mercado más exigente, las soluciones no vendrán del azar ni de la nostalgia, sino de la ciencia, la innovación, la formación de técnicos y agricultores, así como de políticas públicas que entiendan el valor estratégico de la semilla.

«El futuro no se puede improvisar porque se construye con ciencia, con reglas claras y con políticas públicas que fomenten el desarrollo», sentencia y apunta:  sin semillas adecuadas, no habrá alimentos suficientes, ni calidad, ni rentabilidad para el productor.

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