
Por Andrés Canales Leaño | Director General
En estos tiempos vertiginosos de cambios globales, el campo mexicano enfrenta una encrucijada decisiva, pues los datos no mienten: mientras las exportaciones agroalimentarias de México han crecido 171% en la última década, y hoy representamos el noveno exportador del mundo, también importamos cada vez más, dependencia que, aunque maquillada por cifras de éxito, revela una fragilidad estructural que urge atender.
En un trabajo de análisis de Data – Driven sobre el campo mexicano y concretamente la ruta que sigue, queda en evidencia la fragilidad de nuestro sistema productivo actual ante la gran competencia que representan otros países exportadores que invierten más en tecnología e investigación para diversificar sus exportaciones.
Una de las consideraciones importantes es nuestro destino de exportaciones: Estados Unidos aún es nuestro principal cliente con el 80% de nuestra producción agroalimentaria, pero también representa un riesgo: una concentración que, ante la creciente tensión comercial y regulatoria global, podría convertirse en vulnerabilidad.
Mientras allá destinan seis mil millones de dólares al año en investigación y desarrollo agroalimentario, México apenas ronda los 200 a 300 millones y peor aún: para 2025 se proyecta un recorte del 7.4% a la ciencia que afectará directamente al INIFAP. ¿Cómo competir así en la era de la Agricultura 4.0?
El futuro ya está aquí. Robots autónomos que siembran, deshierban y fertilizan con una precisión imposible para el ser humano; tractores que operan sin conductor con inteligencia artificial; sistemas de trazabilidad climática y etiquetado ambiental que redefinirán los mercados, ya que la revolución tecnológica no espera, y en México apenas el 1% de las agroexportadoras usa robótica, frente al 50% de California.
Sin una política pública decidida, nos rezagamos frente a países como Brasil, Estados Unidos y Chile, pues cabe recordar que el 30% de nuestras tierras exportadoras ya sufren sequías y sólo el 3% cumple con la certificación GlobalGAP, contra el 80% estadounidense. Si queremos acceder a mercados premium como la Unión Europea o Japón, debemos invertir en sostenibilidad real: menos agua, menos pesticidas, más trazabilidad y tecnología.
También urge diversificar nuestros mercados: El 84% de nuestras exportaciones agro va a Estados Unidos, mientras que países como Perú y Chile ya colocan entre 30 y 40% de sus frutas en Asia, ante lo cual México debe mirar al Mercosur, a la Unión Europea y a Asia, no sólo por estrategia comercial, sino por sobrevivencia.
La carne cultivada, las restricciones al metano, el etiquetado ambiental y las nuevas normas climáticas ya están en las mesas de negociación global y no es ciencia ficción: es una realidad que obliga a mirar el campo con otra óptica..
A lo largo de los sexenios hemos observado el rezago gradual de nuestros sistemas productivos y si bien, a raíz del TLC, hoy T-MEC, contamos con importantes nichos productivos como el hortofrutícola, gradualmente se suman a la competencia más países, como, por ejemplo, la agroindustria del aguacate de Guatemala, que está a punto de sumarse a las exportaciones a Estados Unidos y que, obviamente, representará una competencia para México.
En el caso de las berries exportadas por México a Estados Unidos, Perú está compitiendo en momentos clave el mercado estadounidense, y eso ha motivado a México a modernizar su producción.
Sin embargo, lo hemos reiterado a lo largo de más de dos décadas, urgen políticas públicas que permitan contar con un campo que utilice menos agua, menos fertilizantes y produzca más mediante el uso de las nuevas tecnologías que nos hagan más competitivos.
El campo mexicano necesita inversión, ciencia, tecnología y una visión de futuro, pues no podemos seguir arando con bueyes en tiempos en que otros países ya lo hacen con robots y con menos insumos.
Al mismo tiempo, quiero agradecer al presidente del Consejo Nacional Agropecuario, Jorge Esteve Recolons, por haberme invitado a presidir la coordinación de la Comisión Académica del máximo organismo agropecuario del país y refrendo mi compromiso de vincular a las universidades públicas y privadas con el sector agropecuario para aportarle un granito de arena a lo que requiere nuestro campo en materia de ciencia y tecnología.
Por otra parte, es importante mencionar que si bien es cierto que nuestros pequeños productores merecen todos los apoyos, estos deben de ser para todos los sectores, sin distinciones, pues mientras unos producen para autoconsumo, los medianos y grandes generan exportaciones que benefician en general al campo mexicano.
Es tiempo de que nuestro pródigo sector agropecuario reciba el trato que merece para diversificar sus exportaciones hacia naciones donde sean bien recibidos nuestros productos por su calidad y donde no les apliquen aranceles innecesarios.
El tiempo de decidir es ahora para el bien de nuestro querido México.


