La crisis actual de los productores de trigo, maíz y sorgo ha llegado más allá de sus límites ante todas las coincidencias que se alinearon para formar la peor de las tormentas financiera y climática, pues como agricultores deseamos más una tormenta real que nos traiga agua, que tanta falta nos hace en estos momentos ante la crítica situación por la sequía histórica en los principales estados productores del norte del país.

Los insumos están como nunca de caros, el tipo de cambio como nunca nos pega en el momento de las liquidaciones de cosechas; hay falta de comercialización y por ende falta de pago, mientras siguen altísimas las tasas de interés ordinarias en los créditos y avíos tanto de proveedores como de instituciones financieras.

A ello deben sumársele las tasas moratorias, aunado a la cuenta cada vez más crítica de las bodegas por almacenamiento, la estrepitosa caída de los mercados y bajos rendimientos por falta de suficiente agua en la última etapa de llenado de grano, lo cual puso contra la lona al agricultor, que terminó en una situación de impago.

Y no por falta de voluntad, sino por falta de conciencia, congruencia y empatía del Gobierno indolente que dejó en pleno abandono al sector más importante del país, del cual se les olvida que provienen los sagrados alimentos que tres veces al día nunca nos faltan, afectando muy severamente el desarrollo y la economía de las regiones agrícolas como efecto dominó, ya que la agricultura por sí sola es por excelencia y por muy obvias razones el motor que mueve todo el engranaje de la cadena económica y de suministros de la región norte del país, como Sonora y Sinaloa.

En reiteradas ocasiones, muchos críticos del campo juzgan mal las protestas de nosotros, los agricultores, pero bien que dependen de nuestros productos para alimentarse a diario como proveedores directos e indirectos de la sociedad, que depende del sector primario, con agricultores que reciben pocos recursos y que solamente por unos días permanecen en sus manos para luego destinarse a cumplir con todos los compromisos contraídos.

Tiene que pagar desde la preparación de la tierra, desarrollo, cosecha, almacenamiento y comercialización, pagar sus créditos en uniones de crédito, las Sociedades Financieras de Objeto Múltiple (Sofomes), taller mecánico, el herrero soldador, el transportista, la gasolinera, la refaccionaria, la llantera, nómina, impuestos y obligaciones como SAT, INFONAVIT, IMSS, CFE, agua, el de la semilla, el del fertilizante, el de los agroquímicos, asesoría agronómica, el contador, seguros, etc.

A su vez, ellos tienen que pagar sus compromisos a toda la cadena de proveedores, generando circulante continuo como efecto de pirámide invertida, por lo cual la agricultura se considera un dispersor natural de recursos como ningún otro sector.

Por si fuera poco, después de pasar uno de los peores ciclos agrícolas de la historia, la mayoría de los agricultores ya cayeron en cartera vencida por los motivos antes mencionados y están en el buró de crédito, con lo cual ya tienen cerrados los créditos para el siguiente ciclo al caer en impago, a lo que debe sumarse la terrible sequía, todo lo cual pone en riesgo la producción de más de 15 millones de toneladas de granos básicos, con lo que entramos en la antesala de la peor crisis agroalimentaria jamás vista en México… Y todavía a nivel federal hablan de la defensa y compromiso de nuestra «soberanía alimentaria».

Según el Grupo Consultor de Mercados Agrícolas ya importamos más de la mitad de los granos básicos que requiere México… y la pregunta sería: ¿Si todo lo quieren importar, a qué nos vamos a dedicar los agricultores? ¿Qué comeremos si por algún motivo ya no quieren venderle granos a México? Preguntas que quedan en el aire ante la próxima llegada de la nueva administración federal que debe buscar solución a la difícil problemática de nuestro sector.

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