
Por Andrés Canales Leaño | Director General
En este último trimestre del año, el campo mexicano vuelve a colocarse en el centro de la conversación pública, pues septiembre fue un mes pródigo en foros, congresos y diálogos que dejaron claro que, si México quiere mantener su liderazgo agroalimentario, no basta con seguir sembrando y cosechando como antes: es momento de diversificar exportaciones, cuidar la sanidad e inocuidad, aprovechar la ciencia y la tecnología para transformar la forma de hacer y comercializar la agricultura y ganadería para que sea más redituable.
Uno de los puntos más candentes es la revisión del T-MEC prevista para 2026. Bosco de la Vega, ex presidente del CNA, recordó en su columna que presentamos en esta edición que «no hay fecha que no se cumpla», y que la duda es si se tratará de un examen técnico de ajustes puntuales o de una renegociación política abierta, donde cualquier tema puede usarse como presión. México llega a esta revisión con varios frentes abiertos: cuotas al jitomate, cierre de mercado al ganado, aranceles en acero y aluminio, reclamos por fentanilo y migración. Un escenario en el que, de no planear bien, el campo puede quedar como moneda de cambio.
Nuestro presidente del Consejo Nacional Agropecuario, Jorge Esteve Recolons, dijo en su conferencia magistral del CIA 2025 «Panorama agroalimentario: ¿A dónde va nuestro sector?», que los conflictos geopolíticos, la inflación y la incertidumbre comercial están reconfigurando el tablero y exigen decisiones de Estado y de mercado «porque más allá de los precios, somos economías complementarias con Estados Unidos; no hay que poner en riesgo esa alianza comercial».
Luis Fernando Haro, director del CNA, insistió en su opinión publicada en Tierra Fértil en que sanidad e inocuidad son intocables para sostener mercados; pero además, los analistas del sector coinciden en que hay cambios en las tendencias: en Estados Unidos hay mayor consumo de carne y berries, y más países compiten con México en exportaciones de aguacate y frutas rojas. Al mismo tiempo, Brasil se expande en granos, avicultura y ganadería, ante lo cual si México no diseña estrategias claras, corremos el riesgo de perder terreno.
En el Congreso Internacional Agroalimentario CIA 2025 del CDAAJ, voces como las de Víctor Villalobos y Francisco Mayorga, ex secretarios de agricultura de México, coincidieron en el panel «Maíz y agua: ¿alcanzarán? Un diálogo sobre la producción en México», que el maíz enfrenta una paradoja: es nuestro grano identitario, pero con precios bajos y sin programas de fomento, la producción se frena.
Se retomó la idea de un fondo maicero, como el «Farajal» de Jalisco de principios de siglo, para incentivar al productor y apoyar la agricultura por contrato. Mayorga fue claro: la salida pasa por diversificar y fortalecer un modelo probado de colaboración entre productores, industriales y gobierno.
En Diálogos por el Campo, Pablo Sherwell, analista del campo de Rabobank advirtió que hacia 2026 el panorama será complejo: Las tensiones globales, la volatilidad en los precios de granos y los cambios geopolíticos obligarán a los productores a estar atentos, además de que en el Foro Global Agroalimentario, especialistas de la FAO, el IICA, Rabobank y Stonex hablaron de un futuro marcado por fertilizantes caros, tensiones comerciales y la necesidad de innovar con IA, blockchain, drones o edición genética.
En Chihuahua, en Jalisco y en estos diálogos nacionales, los temas se repitieron con fuerza: salud del suelo y gestión del agua, resiliencia frente al cambio climático, integración de pequeños productores a las cadenas de valor y la urgencia de repensar la innovación para el agro. También se subrayó que la alianza agroalimentaria con Canadá y Estados Unidos puede ser palanca de competitividad, siempre que México llegue con propuestas claras y no como actor reactivo.
El mensaje transversal es contundente: ya no basta con mirar la cosecha inmediata. El campo mexicano debe anticiparse a escenarios globales y construir políticas públicas que lo fortalezcan en el largo plazo; apostar por ciencia y tecnología, abrirse a modelos inclusivos y diversificar mercados no son lujos, sino la única vía para que la agricultura mexicana sea rentable y sostenible.