Esta danza precortesiana que usa como elemento principal el heno o paixtle, con todo el ceremonial: baile, gritos, música y atuendo, intenta agradar a la deidad y atraer sobre la comunidad, energías positivas y protección.
Una figura menuda de mujer se mueve entre un mundo de paixtle o heno, del que sobresale coronas y tiras multicolores. La casi tonelada de heno y máscaras, yace en el fondo de una vieja bodega ubicada en la parte oriente del poblado de San Andrés Ixtlán, Jalisco.
Revisa rechonchos atuendos formados mayoritariamente por un material gris que semeja miles de lombrices entrelazadas, sostenidas por lianas de bejuco, alambre trenzado e ixtle.
Toma entre sus pequeñas manos raíces de maguey que ya vistas en detalle, asimilan caras de ancianos hostiles, que han dejado crecer el bello en la cara para aparentar mayor fiereza.
El mundo de trajes formados de heno, guardados en lo que fuera el rastro del poblado, ahora habilitado como bodega, componen la piel del cuerpo de la danza denominada «los paixtles», que cada 30 de noviembre hace su representación en honor al patrono del pueblo: el apostos San Andrés.
Los Paixtles también llamados «paistes», constituyen una de las pocas danzas precortesianas que parecen haber quedado libres de influencias hispánicas, según datos de la casa de la cultura de Gómez Farías, Jalisco.
Cada integrante de la cuadrilla, usa como elemento principal el heno o paixtle, con todo el ceremonial baile, gritos, música y atuendo; intenta agradar a la deidad y atraer sobre la comunidad energías positivas y protección, explica la dependencia municipal.
MANTENER EL ORGULLO
La pequeña figura femenina que se mueve entre el pequeño mundo de trajes de paixtle, corresponde a la quinceañera María Guadalupe Tadeo Eusebio, integrante de este baile centenario y parte de las familias Tadeo-Bernardino y Tadeo-Eusebio, que desde hace medio siglo, luchan porque esta tradición cultural mantenga el orgullo de su raza entre la población y sobre todo, trabajan con ahínco porque sobreviva.
Hasta hace poco menos de tres décadas, la presencia femenina en la danza de los paixtles estaba prohibida, recuerda el director de la danza en el poblado y padre de Guadalupe, Juan Tadeo Bernardino.
El integrar el grupo que evocara el legado ancestral de los abuelos y homenajeara a la naturaleza y el cosmos con su baile, era exclusivo para varones, comenta.
Aunque cabe destacar, dice el encargado de «Los paixtles de San Andrés Ixtlán», que por tradición, en los atuendos de paixtle, se representa la dualidad sexual de los dioses (hombre-mujer); esto se hace con una o dos trenzas que portan los integrantes de este singular grupo de baile. Una indica la hombría, dos la femineidad.
LEGADO ANCESTRAL
La danza, asegura este paixtle de 36 años de edad, que se gana la vida como trabajador de la construcción al igual que casi todos los integrantes del grupo, es la reminiscencia pura del legado ancestral de nuestros abuelos. «El danzar es además, un homenaje a los distintos elementos de la naturaleza y el cosmos», apunta.
Acentúa que la coreografía, aunque escasa, tiene como finalidad acercar al adepto a su elemento o espíritu guardián.
Lo anterior asegura el danzante que prácticamente nació con el zurrón (traje de paixtle) de heno puesto, se logra a través de los movimientos rítmicos que se van ejecutando al son de los huehuetl o teponaxtles. Al bailar imitan al colibrí al mantenerse en vuelo, comenta.
«El ser parte del puñado de jaliscienses que se resisten a ver perder esta centenaria tradición, es un privilegio. Y el bailar para el apóstol San Andrés, señor San José o el niño Dios, es un honor y reviste una emoción inigualable», comenta al inicio de la plática.
REVISIÓN DE ROPÓN
María Guadalupe Eusebio, segunda hija de Juan Tadeo, encargado de la cuadrilla de paixtles de San Andrés, hace un alto en lo que ella considera un ceremonial aparte: reparar el ropón de los danzantes.
Cada año, las dos familias revisan cada uno de los trajes; comprueban su estado y los revisten con papel de china, bejuco, nuevas máscaras y cerca de una tonelada de heno que su familia, que integra más del 50 por ciento del grupo, trae de lugares ubicados a más de 200 kilómetros a la redonda.
«La lupita», como le llaman de cariño en su casa, examina ahora, de manera extraordinaria en el mes de abril, un traje de paixtle; al igual que lo hace de manera normal, el mes de octubre de cada año, desde que tiene uso de razón.
Extrae de entre el heno ya seco y deteriorado por el azote del clima, el polvo, y el accionar de uno que otro animal que penetran la improvisada bodega, una pequeña máscara labrada sobre un mesón de maguey (raíz).
UN HONOR SER PAIXTLE
La levanta a la altura de su cara y la muestra orgullosa al visitante. «Es un ejemplo del trabajo de mi abuelo, de mi padre, mi tíos y hasta de mi madre. En ella está puesto todo el orgullo de la raza, de la familia; y en todo el traje de paixtle», explica.
Bajo la mirada de su padre a quien acompaña en la danza y en la revisión de los atuendos casi siempre, transita un intrincado pasillo formado por zurrones que llevan en el pecho un pañuelo de color rojo, sonajas y coronas que aparentan un arcoíris al término de un vendaval.
Se detiene ante un enorme montón de heno; con mucho esfuerzo lo levanta dado el peso de alrededor de 40 a 70 kilos el del varón y el de las mujeres 35 a 40 kilos. Hace el simulacro de introducirse en él, algo que sería como meterse a un ataúd de heno, por el tamaño del atuendo y el de ella misma.
Retira algo de paixtle con marcado deterioro por el tiempo y expone lo que representa para ella ser partícipe de esta tradición y el portar tan singular vestimenta:
«El sólo portar el traje de paixtle, representa para mí honrar a mis antecesores, simboliza a mi raza y evita que el espíritu de mi pueblo se muera», expone María Guadalupe Tadeo, haciendo eco a la manera de pensar y sentir de su padre.
Guadalupe es una de las pocas mujeres que integran los alrededor de treinta paixtles, que año con año bailan en honor al santo patrono del pueblo. Ya no al niño Dios como se acostumbraba antes, señala Juan Tadeo Bernardino.
POR ORGULLO
Tampoco bailamos ahora para agradecer a la divinidad por habernos dado este material, que en la época de la conquista sirvió a los nativos náhuatl de esta comunidad como excelente camuflaje. «Bailamos por el orgullo de ser nativos de esta comunidad y continuadores de una tradición casi familiar», refiere Tadeo Bernardino.
Y explica. «El camuflaje de los nativos arriba de los árboles con el heno fue de tal efectividad, que este pueblo fue sometido hasta la última etapa. Fue conquistado después que la comunidad vecina de Tuxpan, por ello, la danza también era de agradecimiento a los dioses por protegerlos», agrega el director de los paixtles de San Andrés.
Así manifiestan dos integrantes de las familias Tadeo-Bernardino y Tadeo-Eusebio, la emoción de ser parte de la tradición cultural de su pueblo.
Son dos miembros de dos familias originarias de San Andrés Ixtlan, Jalisco, que desde hace medio siglo, luchan porque esta centenaria tradición cultural sea más reconocida a nivel estatal y nacional, y pretende con su baile además, que renazca el orgullo de pertenecer a la raza náhuatl de las nuevas generaciones de este poblado.
SIN RECURSOS
Por desgracia, ahora no se cuenta con recursos suficientes para sostener este grupo de danza. Cada año cuesta más trabajo renovar el vestuario y mantenerlo como nos lo legaron nuestros antepasados, asevera Juan Tadeo.
«El ayuntamiento apoya ahora con sólo cerca de dos mil pesos para papel y gasolina para acarrear el heno. Los demás gastos que han llegado a ascender hasta 40 mil pesos los hacía una sola persona, aunque ahora, se intenta hacerlo de manera familiar y grupal».
Lo real es que los Paixtles, también llamados «paistes», constituyen una de las pocas danzas precortesianas que parecen haber quedado libres de influencias hispánicas.
Y el poblado de San Andrés Ixtlán, un reducto náhuatl ubicado en el sur del estado de Jalisco, es uno de los pocos poblados que hace honor a su origen y trabaja, aunque con carencias, por recordar a sus ancestros a través de tradiciones culturales como esta. Cabe decir que no es única esta danza en el estado, aunque un poco diferente en el vestuario, también existe una parecida en Tuxpan, Jalisco, donde es más nutrida la participación activa de los pobladores.
Tuxpan, indica Juan Tadeo, cuenta con alrededor de cuatro cuadrillas que se componen de alrededor de 30 miembros. En San Andrés había dos cuadrillas, pero la falta de interés de algunos pobladores y de los jóvenes, a tal grado que algunos se avergüenzan de su origen, provocó que sólo quede una y con cierto temor a que desaparezca.
EN HONOR A LOS ABUELOS
Pero ¿qué tienen de interesante y diferente los paixtles de San Andrés que ha sido requeridos por presidentes de la republica y participado en la cumbre de Tajin; bailado en lugares como Bellas Artes, el Estadio Azteca, el Zócalo y Paseo de la Reforma en México?
Y algo más: ¿Qué tiene de especial que fue nombrada como patrimonio cultural en Gómez Farías. Requerida en el festejo del bicentenario. Y que además, se hizo acreedora en el 2005 al premio Rafael Zamarripa y medalla de oro estatal?
La respuesta viene de Juan Tadeo. La esencia de este grupo de danza es su gente y el amor por la familia y sus tradiciones. «El saber que al seguir la tradición cultural honramos a nuestros abuelos, es lo que nos da el orgullo y la fuerza para seguir sosteniendo el grupo de danza», señala con cierta emoción dibujada en un rostro bronceado que a primera vista, parece tallado en piedra.
LUCHA POR EL RECONOCIMIENTO
Por ello, agrega, nos apasiona y enorgullece bailarle cada año a nuestro patrono. Y ahora, el recordar como nuestros abuelos pelearon por mantener incólume esta danza, nos da el valor y la energía para luchar porque sea apoyada y reconocida a nivel estado y nación. A nivel mundial peleamos a través de la Unesco, para que sea nombrada patrimonio cultural in material.
«Estamos además conscientes de que debemos luchar por la denominación de origen. Nos llegó la inquietud por lograrla porque más delante, puede que hasta de nuestra propia tierra nos quiten nuestro patrimonio cultural, nuestra tradición, y hasta nos roben el reflejo de nuestra vestimenta», expresa preocupado.
Al hacer una referencia a los paixtles, expertos en tradiciones populares en el estado, señalan que sin lugar a dudas la música y la danza entre los antepasados, formaban una parte fundamental para recrear el soplo divino de los movimientos de los señores de la creación al utilizar el «ollin yoliztli»: movimiento sagrado.
LOS SÍMBOLOS
Explican que para ello, usaban dos símbolos principales: en la mano izquierda lleva un báculo a manera de bastón conocido como amoxquiahuitl, que significa: rayo de luz que se agita en el aire. Y sobre la mano derecha el cirián o sonaja, que hacen sonar rítmicamente.
El floreo (alabanza) de los danzantes consiste en pequeños saltos hacia delante y atrás. Se dice que simbolizan los ciclos del universo del destino, el progreso y la decadencia. Certifican que el danzar, es un homenaje a los distintos elementos de la naturaleza y el cosmos.
Para Juan Tadeo Bernardino, director del grupo de danza los paixtles de San Andrés Ixtlán, ahora el principal motivo que lo impulsa a danzar y a mantener activa esta tradición, es porque considera vital para un pueblo conservar sus tradiciones.
«Creo que un pueblo sin tradiciones es como un cuerpo sin alma. Es fundamental, es su identidad. El bailar vestido de paixtle es mantener la cara en alto; es expresar el orgullo de la raza», asienta a manera de colofón de la entrevista.